miércoles, 4 de agosto de 2021

Que me perdone el tiempo




No supe que te amaba, hasta que las lágrimas bañaron por completo mis mejillas: la humedad gritaba esa palabra corta que no supe comprender en el momento justo, dejando a la deriva el sentimiento que se había gestado en mis entrañas, y yo, cual niño que disfruta de juguete nuevo, abandoné el nidal que me brindaba su calor como la leña al fuego.

Salté de cama en cama, debo decirlo, pensando que rodeado de caricias vanas se ensanchaba el ego; qué tonto fui, duele saberlo, porque al pasar el tiempo descubrí que soledad, cuando no se sabe amar, es un espacio rancio y silencioso, donde el eco se convierte en un verdugo que repite las palabras más hirientes.

Dejé que me quisieras, burlando tu cariño sin saber que pagaría muy caro. Hoy, pasado tanto tiempo, mi cabello luce blanco, y los surcos de mi piel, tan profundos como abismos insondables, añoran la semilla de tus besos, tan fértiles como los sueños húmedos que derramé en mi almohada.

Que me perdone el tiempo, porque mis cansados pies ya no soportan caminar sin rumbo fijo, buscando lo que tuve junto a ti cuando la juventud me acompañaba sin reclamos, embriagándose a mi lado sin temor a la resaca, bebiéndonos con gran placer cada mañana: sí, que me perdone, y de ser posible tú también, por no saber cuánto me amabas.


Roberto Soria – Iñaki

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lunes, 23 de noviembre de 2020

Sociópata



[...] muchos quieren lo que no poseen, en especial cuando se es pobre de mentalidad y espíritu: ansían dinero, joyas, propiedades, riqueza y, cuando lo consiguen, buscan el poder, un poder malentendido.

Una vez alcanzado el objetivo, lo filosófico, así como los sueños de bondad y buenas intenciones quedan relegados: los nobles sentimientos desaparecen como por arte de magia, y ese mundo que sirvió como morada cuando no se tuvo nada, deja de existir.

Se idolatran nuevos dioses; se tienen nuevos "amigos", vecinos y muchos, muchos conocidos que coinciden, estúpidamente, en ser dueños de la verdad absoluta.

Esa es la vida de Andrés: un hombre megalómano, sospechoso de asesinar a uno de sus hermanos de sangre cuando ambos eran jóvenes; delito impune porque sus propios padres sobornaron a las autoridades encargadas de la investigación para dar por terminado el caso. ¿Por qué? Quizás nunca se sabrá.

Hoy, años después, Andrés es un sociópata, un hombre miserable y sin escrúpulos que destruye todo lo que toca: lo hace porque se sabe intocable, protegido por la élite conformada por sectarios tan mezquinos como él.

Me pregunto qué sería de Andrés si sus padres lo hubieran denunciado en aquel lejano entonces, y como esa, muchas preguntas que no tendrán respuesta por un acto, para muchos, irresponsable.


Roberto Soria - Iñaki

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Recuerdo sepultado


 

Un otoño más se presentó en el calendario: me había olvidado de su nombre y de su todo. Los recuerdos, como el polvo, cubrían las huellas de un evento anquilosado, lleno de preguntas sin respuesta y un adiós anticipado. Fueron años sin saber de su existencia y sin querer, me remonté a la fecha que marcó el inicio de un idilio sentenciado: 11 de marzo.

Saber de ella, sin haber sido planeado, era conjugar un verbo intransitivo cuya acción no puede suceder. El libro que custodia nuestra historia estaba escrito; no había algo qué añadir: se murieron los suspiros, los sueños, incluso aquel decreto que fue roto en un momento de inconsciencia, el cual, hace mucho tiempo yace sepultado. 

El tic-tac en el reloj de nuestro ayer había cesado: la eutanasia se apiadó del sentimiento enajenado y yo, queriendo sin querer, la había olvidado. Mi memoria selectiva decidió difuminar su imagen, claro está, sin menoscabo; después de todo, juntos experimentamos esa fase de placer que no se puede comprender cuando se sabe enamorado: estado emocional que nos confunde y nos conduce hacia el pecado.

No hay cenizas del ayer, mucho menos un tizón carbonizado, así que, querer saber, por qué o para qué, si aquel libreto que quemaba nuestra piel está apagado.

 

Roberto Soria – Iñaki

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lunes, 5 de octubre de 2020

Lección de vida

 

 

Hoy he recibido un comentario muy valioso, intangible, tan acertado que me ha puesto la piel de gallina. Como escritor, y como ser humano, no puedo dejar de agradecer por tan enorme aporte. No mencionaré la publicación para no generar debate; simplemente diré que, como seres humanos, merecemos respeto: las mujeres no son la excepción, para las cuales escribo, porque desde mi humilde opinión son lo mejor que he conocido, incluidas mi madre, mi esposa y mis hermanas, así como todas las damas que conozco; sin menoscabo al género masculino.

 

Mencionar las virtudes de las mujeres sería redundar, en cambio, diré que me sabe bien hablar de ellas; alabar sus bondades, ocultas o bien disimuladas en esa aparente fragilidad, me conduce a meditar sobre su resiliencia, por cierto, encomiable.

 

Hoy, en mi país, muchas mujeres mueren a manos de miserables sin escrúpulos y, por desgracia, las autoridades, INCOMPETENTES, nada hacen al respecto. No me llevo bien con la violencia, pero al ponerme en los zapatos de quienes han sido privadas de la vida, me hace dudar si la justicia por propia mano es razonable y aceptable. Solo quienes han padecido tan aberrantes acontecimientos saben lo que llevan cargando en sus mochilas, lo cual, merece mi respeto.

 

Muchísimas gracias, querida y respetable Carmen.


Roberto Soria - Iñaki

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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Introspección



Las manifestaciones sociales, sin excepción, tienen sus porqués: nada surge de la nada. La muchedumbre se desborda en las comunidades para clamar por sus derechos humanos, los cuales, han sido violentados sin ser atendidos en tiempo y forma por las instancias asignadas para tal efecto.

 

Ante la incapacidad de los gobiernos por subsanar dichas arbitrariedades, parte de la sociedad reacciona y actúa: en algunos casos de manera pacífica, otros (los más) a través de la violencia y el encono. En un análisis descendente, juzgando solo las formas, el resultado sería, sin duda, reprobable: se volcarían locuciones como: «La violencia no se soluciona con violencia», lo cual es cierto, pero: ¿y el fondo? ¿Qué hay de las necesidades no previstas o ignoradas? ¿Qué sucede con esas multitudes ávidas de justicia social?, incluidos el respeto y libertad.

 

Cierto es que, por razones obvias, no se pueden confeccionar modelos distintos de gobierno para cada segmento de la sociedad en un mismo país, por lo cual, rige el conveniente, ejercido en un contexto limitado por la población en cuestión y, acorde a la cultura e intereses de cada nación: sin embargo, el problema medular estriba no necesariamente en el modelo político determinado, sino en la demagogia, en el incumplimiento de las leyes diseñadas para garantizar, en la medida de lo posible, la justicia y el progreso, sin olvidar la seguridad individual y colectiva, así como los temas inherentes a la salud, la educación y las oportunidades de empleo.

 

La mayoría de los gobiernos no están interesados en el bienestar de sus pueblos: buscan con afán el poder y la sumisión de los ciudadanos: la ignorancia es para ellos el escenario perfecto para imponer sus propias leyes y preceptos a través de las simulaciones, de sus argucias, sin importar que se pierdan vidas en su afán de ser electos.

 

Roberto Soria – Iñaki

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domingo, 27 de septiembre de 2020

El espejo no miente.



 

Hoy, el ser humano construye la realidad sobre escenarios distópicos, creados para fines contrarios a la evolución. El hombre, enemigo del hombre mismo, busca con afán el poder: no para construir, sino para generar el caos.

 

La falta de educación integral y de consciencia plena, aunadas a los discutibles “avances tecnológicos”, se conjugan para dar cabida a la desinformación (Fake news). La sociedad se ha convertido en el mejor artículo para comerciar, tranformándose en producto perecedero como los recursos naturales del planeta.

 

El encono, nunca antes visto como ahora, está latente: la ética ha sido expuesta, quedando de manifiesto la incapacidad de razonamiento y tolerancia, de aceptación y entendimiento. Ofendemos, descalificamos y clasificamos a la personas con una facilidad asombrosa. La distorsión, cual espejismo, sobrepasa la verdad que se presenta lánguida.

 

Los megalómanos se apoderan de las voluntades frágiles: estos últimos, seres, en su mayoría, carentes de dignidad, de amor propio y de intelecto, incapaces de ejercer su libre albedrío para emancipar su libertad de pensamiento y el derecho de existir.

 

La dependencia se agiganta, confinando las virtudes y capacidades del individuo en el oscurantismo de la mediocridad y el conformismo: es difícil aceptar la realidad cuando esta duele, pero el reflejo en el espejo nunca miente.

 

Roberto Soria – Iñaki

 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Una gata en el tejado



Entramos al apartamento: la lluvia torrencial dejaba tras de sí una estela de relámpagos y truenos. Mi gato tiritaba por el frío, también por miedo. Echado en el sofá nos observó en silencio, moviendo su nariz para olfatear a la mujer que se paraba frente a él con el abrigo en mano.

—Hola, pequeño. No te asustes: soy amiga de tu dueño —cuchicheó con voz melosa.

—Se llama Nikolái —intervine mientras ofrecí las toallas que cogí del baño—: es muy noble, además de aseado y obediente.

—Lo creo: pero… ¿puedo? —dijo, refiriéndose al vestido que llevaba puesto. Asentí con la cabeza y me giré para dejarle a solas.

—No te vayas: puedo hacerlo en tu presencia. El pudor se ha congelado al caminar sobre la acera: ya sabes, después de descender de tu automóvil y correr como dementes.

—Aun así debo marcharme. Yo también me mudaré de ropa. ¿Te apetece un té?

—Sí: muchas gracias. Si tienes un coñac te lo agradecería. Es bueno para prevenir resfriados: al menos eso dicen.

 

Me retiré sin prisa, sonriendo, queriendo prolongar esos instantes de sensualidad inesperados. Marta tarareaba una canción de moda mientras yo, desde la cocina, atisbaba embelesado la silueta de su cuerpo. Antes de ese día, ella y yo nos vimos hace ya tres años. Tres años de ausencia, de no saber uno del otro, de conservar en mi consciencia el gran amor que abandonamos por temor al qué dirán por la inminente diferencia de edades: quince abriles marcan un abismo colosal entre nosotros, pero hoy, después de tanto tiempo, el destino se empeñaba en ponernos frente a frente: esta vez, quizás, para comenzar de nuevo y perpetuar lo que dejamos inconcluso.

 

Dejé las bebidas en la mesa del salón y, desnudo, encaminé mis pasos frente a ella. Sobraban las palabras. Nikolái se puso en pie, mirando por la ventana: una gata lo esperaba en el tejado.

 

Roberto Soria – Iñaki

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